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viernes, 16 de noviembre de 2007

Pequeñas memorias


Hace unos días veía a Cristina sentada al lado de este hombre maravilloso y me quedé pensando; más vale envidiando ese encuentro, más allá que su figura se vista con el Premio Nobel de literatura 1998, de haber sido distinguido hijo predilecto de Andalucía y tantísimas distinciones, este hombre que hoy llega a sus hermosos 84, lo admiro por su pesimismo lúcido y realista, por sus brillantes metáforas, pero por sobretodo porque sueña lindo y nos contagia a todos los que lo leemos y disfrutamos de la humanidad que le imprime a sus letras.

Hoy elijo parte de "Pequeñas memorias" para compartir; un libro corto, simple, en comparación con otros de los suyos, eso sí con gran contenido de sentimientos, vida y amor.Esta parte justo es triste, pero me fascina la vivacidad del relato y a veces cuando estoy mal, me hace de talismán pienso en ella y mi tristeza desaparece, la verdad no sé porque, será que no conocí a mis abuelos, que se lo regalé a mi amor de recuerdo por nuestro tiempo compartido y que yo guardo el gemelo adquirido en el mismo acto, no importa , aquí está lo que digo....

"Caía la lluvia, el viento zarandeaba los árboles deshojados, y de tiempos pasados viene una imagen, la de un hombre alto y delgado, viejo, ahora que está más cerca, por un camino inundado. Trae un cayado al hombro, un gabán embarrado y antiguo, y por él se deslizan todas las aguas del cielo. Delante de él vienen los cerdos, con la cabeza baja, rozando el suelo con el hocico. El hombre que así se aproxima, difuso entre las cuerdas de la lluvia, es mi abuelo. Viene cansado el viejo. Arrastra consigo setenta años de vida difícil, de privaciones, de ignorancia. Y no obstante es un sabio, callado que sólo abre la boca para decir lo indispensable. Habla tan poco que todos nos callamos para oírlo cuando el rostro se le enciende algo así como un de aviso. Tiene una manera extraña de mirar a lo lejos, incluso siendo ese lejos la pared de enfrente. Su cara parece haber sido tallada con una azuela, fija aunque expresiva, y los ojos, pequeños y agudos, brillan de vez en cuando como si algo que estuviera pensando hubiera sido definitivamente comprendido. Es un hombre como tantos otros en esta tierra, en este mundo, tal vez un Einstein aplastado bajo una montaña de imposibles, un filósofo, un gran escritor analfabeto. Algo que no podrá ser nunca. Recuerdo aquellas noches templadas de verano, cuando dormíamos debajo de la higuera grande, lo oigo hablar de la vida que tuvo, del Camino de Santiago que resplandece sobre nuestras cabezas, del ganado que criaba, de las historias y leyendas de su infancia distante. Nos dormíamos tarde, bien enrollados en nuestras mantas para defendernos del frío de la madrugada. Pero la imagen que no me abandona en esta hora de melancolía es la del viejo que avanza bajo la lluvia, obstinado, silencioso, como quien cumple un destino que no se podrá modificar. A no ser la muerte. Este viejo, que casi toco con la mano, no sabe cómo va a morir. Todavía no sabe que pocos días antes de su último día tendrá el presentimiento de que ha llegado su fin, e irá de árbol en árbol de su huerto, abrazando los troncos, despidiéndose de ellos, de las sombras amigas, de los frutos que no volverá a comer. Porque habrá llegado la sombra, mientras la memoria no lo resucite en el camino inundado o bajo el cielo cóncavo y la eterna interrogación de los astros. ¿Qué palabra dirá entonces?

1 comentario:

Horacio dijo...

nada que agregar, pero el pri no me lo pierdo ni loco :)

 
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