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jueves, 26 de julio de 2007

Animula vagula blandula

La verdad la verdad es que muy lectora no soy, creo que salvo Los miserables de Victor Hugo , me parece que adeudo la lectura de un millón novecientos cuarenta y cuatro clásicos, sin embargo por fortuna a veces en forma azarosa como cuando voy sin rumbo por la Corrientes Avenue, por Avenida de Mayo, por el Parque Rivadavia, etc ; otras veces acercado por algún amor, por las amistades, la la lá, la la lá, hube encontrado la cura para mis locuras, aunque sea por un rato, encontré mis pastillas con forma de letras, la terapia que no me dice como el psiquiatra o el psicoanalista que tipo de trastorno tengo, que si estoy con exceso de neurosis, si soy psicótica, maníaca, obsesiva, bla bla bla; ellas están ahí y se ofrecen para curarme, para que las recorra, las aprehenda y mi alma las goce.
Suponiendo quie algún incauto pasa por aquí y decidiera leer, les cuento que la tentación de comentarles porque elegí cada texto es grande, pero perdería la delicia del descubrimiento o tal vez la desazón o la ira que ellas les pudieran provocar, mejor solo las dejo por si las quieren tomar

."Animula vagula blandula,

Hospes comesques corporis,

Quae nunc abibis in loca

Pallidula, rigida, nudula,

Nec, ut solis, dabis iocos "

Publius Aelius Hadrianus (76-138)


Dicen los que saben lenguas antiguas que Adriano dijo....

"Alma, vagabunda y cariñosa,

huésped y compañera del cuerpo,

¿dónde vivirás?

En lugares lívidos, severos y desnudos

y jamás volverás a animarme como antes".

"Los cínicos y los moralistas están de acuerdo en incluir las voluptuosidades del amor entre los goces llamados groseros, entre el placer de beber y el de comer, y a la vez, puesto que están seguros de que podemos pasarnos sin ellas, las declaran menos indispensables que aquellos goces. De un moralista espero cualquier cosa, pero me asombra que un cínico puede engañarse así . Pongamos que unos y otros temen a sus demonios, ya sea porque luchan contra ellos o se abandonan, y que tratan de rebajar su placer buscando privarlo de su fuerza casi terrible ante la cual sucumben, y de su extraño misterio en el que se pierden. Creeré en esa asimilación del amor a los goces puramente físicos (suponiendo que existan como tales) el día que haya visto a un gastrónomo llorar de deleite, como un amante sobre un hombro juvenil. De todos nuestros juegos, es el único que amenaza trastornar el alma, y el único donde el jugador se abandona por fuerza al delirio del cuerpo. No es indispensable que el bebedor abdique de su razón , pero el amante que conserva la suya no obedece del todo a su dios. La abstinencia o el exceso comprometen al hombre solo; pero salvo en el caso de Diógenes, cuyas limitaciones y cuya razonable aceptación de lo peor se advierten por sí mismas, todo moviemiento sensual nos pone en presencia del Otro, nos implica en las exigencias y las servidumbres de la elección. No se de nada donde el hombre se resuelva por razones más simples y más ineluctables, donde el objeto elegido sea pesado con más exactitud en su peso bruto de delicias, donde el buscador de verdades tenga mayor probabilidad de juzgar la criatura desnuda. Partiendo de un despojamiento que iguala el de la muerte, de una humildad que excede la de la derrota y la plegaria, me maravillo de ver restablecerse cada vez la complejidad de las negativas, las responsabilidades, los dones, las tristes confesiones, las ágiles mentiras, los apasionados compromisos entre mis placeres y los del Otro , tantos vínculos irrompibles y que sin embargo se desatan tan pronto. El juego misterioso que va del amor a un cuerpo al amor de una persona me ha parecido lo suficientemente bello como para consagrarle parte de mi vida. Las palabras engañan , puesto que la palabra placer abarca realidades contradictorias, comporta a la vez nociones de tibieza, dulzura intimidad de los cuerpos, y las de violencia, agonía y grito. La obscena frasecita de Posidonio sobre el frote de dos parcelas de carne no define el fenómeno del amor, así como la cuerda rozada por el dedo no explica el milagro infinito de los sonidos. Esta frase no insulta a la voluptuosidad sino a la carne misma, ese instrumento de músculos, sangre y epidermis, esa nube roja cuyo relámpago es el alma.
Reconozco que la razón se confunde frente al prodigio del amor, frente a esa extraña obsesión por la cual la carne que tan poco nos preocupa cuando compone nuestro propio cuerpo, y que sólo nos mueve a lavarla, a alimentarla y, llegado el caso, a evitar que sufra, puede llegar a inspirarnos un deseo tan apasionado de caricias , simplemente porque está animada por una individualidad diferente de la nuestra y porque presenta ciertos lineamientos de belleza sobre los cuales, por lo demás, los mejores jueces no se han puesto de acuerdo. Aquí la lógica humana se queda corta, como en las revelaciones de los Misterios. Y no se ha engañado a la tradición popular que siempre vio en el amor una forma de iniciación, uno de los puntos de contacto de lo secreto y lo sagrado. La experiencia sensual se asemeja además a los Misterios en que la primera aproximación produce en el no iniciado el efecto de un rito más o menos aterrador, escandalosamente alejado de las funciones familiares del sueño, del beber y del comer, objeto de bromas de vergüenza o de terror. Al igual que la panza de las ménades o el delirio de los coribantes, nuestro amor nos arrastra a un universo diferente, donde en otros momentos nos está vedado penetrar, y donde cesamos de orientarnos tan pronto el ardor se apaga o el goce se disuelve. Clavado en el cuerpo querido como un crucificado a su cruz, he aprendido algunos secretos de la vida que se embotan ya en mi recuerdo, sometidos a la misma ley que quiere que el convaleciente, una vez curado, cese de reconocerse en las misteriosas verdades de su mal, que el prisionero liberado olvide la tortura, o el vencedor ya sobrio la gloria.
He soñado a veces con elaborar un sistema de conocimiento humano basado en lo erótico, una teoría del contacto en la cual el misterio y la dignidad del prójimo consistirían precisamente en ofrecer al Yo el punto de apoyo de ese otro mundo. En una filosofía semejante, la voluptuosidad sería una forma más completa pero también más especializada, de este acercamiento al Otro, una técnica al servicio del conocimiento de aquello que no es uno mismo.Aun en los encuentros menos sensuales, la emoción nace o se alcanza por el contacto: la mano un tanto repugnante de esa vieja que me presenta un petitorio, la frente húmeda de mi padre agonizante, la llaga de un herido que curamos. Las relaciones más intelectuales o más neutras se operan asimismo a través de este sistema de señales del cuerpo: la mirada súbitamente comprensiva del tribuno al cual explicamos una maniobra antes de la batalla, el saludo impersonal de un subalterno a quien nuestro paso fija en una actitud de obediencia, la ojeada amistosa del esclavo cuando le doy las gracias por traerme una bandeja, o el mohín apreciativo de un viejo amigo frente al camafeo griego que le ofrecemos.
En el caso de la mayoría de los seres, los contactos más ligeros y superficiales bastan para contentar nuestro deseo, y aun para hartarlo. Si insisten, multiplicándose en torno de una criatura única hasta envolverla por entero; si cada parcela de un cuerpo se llena para nosotros de tantas significaciones trastornadoras como los rasgos de un rostro; si un solo ser, en vez de inspirarnos irritación , placer o hastío, nos hostiga como una música y nos atormenta como un problema ; si pasa de la periferia de nustro universo hacia nuestro centro, llegando a sernos más indispensable que nuestro propio ser, entonces tiene lugar el asombroso prodigio en el que veo, más que un simple juego de la carne por el espíritu.
Estos criterios sobre el amor podrían inducir a una carrera de seductor. Si no la seguí, se debe sin duda a que preferí hacer, si no algo mejor, por lo menos otra cosa. A falta de genio, esa carrera exige atenciones y aun estratagemas para las cuales no me sentía destinado. Me fatigaban esas trampas armadas, siempre las mismas, esa rutina reducida a perpetuos acercamientos y limitada por la conquista misma. La técnica del gran seductor exige, en el paso de un objeto amado a otro , cierta facilidad y cierta indiferencia que no poseo; de todas maneras, ellos me abandonaron más de lo que yo los abandoné; jamás he podido comprender que uno pueda saciarse de un ser. El deseo de detallar exactamente las riquezas que nos aporta cada nuevo amor, de verlo cambiar, envejecer quizá, no se concilia con la multiplicidad de las conquistas."
Pastilla robada de : "Memorias de Adriano" de Marguerite Youcernar con traducción de Julio Cortázar.

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